
Páginas: 176
Publicación: 2021
Editorial: Blackie Books
El debut de Julia Viejo
En la celda había una luciérnaga (Blackie Books, 2022), contiene la maravilla del detalle más íntimo, la extrañeza en los hábitos heredados desde hace generaciones, la diversión de cierta inocencia emperifollada, y el atrevimiento de incidir en la ternura.
Sí, a través de estos 34 relatos, que suelen ser breves, la española Julia Viejo redescubre la delectación de crear, de narrar, y ver a dónde eso la lleva. No puedo pensar en un símil mejor que la frase de “eres una cajita de sorpresas”.
Sí, un estuche de monerías
Esa fue mi primera impresión: cuentos frescos que se desprenden del costumbrismo para insertarse en un absurdo ameno, así como cuentos fantásticos y rayanos a la ciencia ficción. Quizá debido a su brevedad, las tramas varían muchísimo, al grado de que apenas las conectan el vago aire campestre y la pluma descaradamente creativa de la autora.
Pero más allá de esta primera impresión, descubrí más adelante que a los cuentos los hila un carácter, un impulso creativo. Efectivamente, más que un sitio o una época, lo que conecta a estos cuentos es el ingenio en crear situaciones inverosímiles, la sensibilidad de Viejo para trazar corazones frágiles de personajes efímeros en exceso. Debe destacar, asimismo, la creatividad, la vuelta a travesuras de infancia, la permisibilidad de caer en la ternura y hablar del amor romántico sin ser sardónico, que hallé en En la celda había una luciérnaga.
Sin temor a la ternura
En ‘Historia universal’ vemos un ejemplo de esto. La trama de este cuento se sucede en diferentes secciones, las cuales tienen como protagonistas a parejas que quisieron dejar registro de sus romances mediante sus iniciales, ya sea bordadas en una sábana o talladas en un librero.
De este modo, vemos una especie de historia de amor interconectada, que va en cuenta regresiva, contada ingeniosamente mediante escenas breves. Romántico y tierno, este cuento se conecta con ‘El balneario’, la narración de un viaje en pareja que pasa de ser catastrófico a un placer atemporal en cuanto los protagonistas se topan con una pareja mayor, cuyos años juntos no han desinflamado el amor.
Aparte del amor romántico, otros temas recurrentes encontrados en En la celda había una luciérnaga son la maternidad y la esperanza -pues de esto versa el cuento primero y titular, homónimo de la antología de cuentos-, y las anécdotas aventureras en ‘La siembra del rayo’, donde la protagonista narra cómo su madre y ella salían a perseguir tormentas con ínfulas de cazadoras para luego poder enterrar los relámpagos en la tierra.
“No poníamos la radio para así escuchar mejor los truenos que mamá iba persiguiendo, ahora por aquí, ahora por allá, seguidos pronto del rayo, y cuando coincidían ambos mi madre gritaba como si acabara de hacer un hallazgo muy importante y pisaba el acelerador directa siempre al ojo de los huracanes.”
Los cuentos destacan por sus situaciones inverosímiles (aparente contradicción con el ambiente costumbrista, pero verán que no), donde los diálogos marcan el ritmo de la prosa, y donde simplemente visualizar la anécdota puede alegrarte el día. Eso me gustó también: no hay situación demasiado ridícula, no hay personaje o trama que no tenga un trasfondo a contemplar.
Un gnomo que recibe a un intruso en su casa dentro del tronco de un árbol se enfrenta al corazón roto por la traición de una chica humana, una pandilla de primos en su nueva casa lidia con una infestación al parecer invisible, un gran gordo cae y aplasta a toda una ciudad: el concepto básico parte de lo inverosímil y aterrizará, quizá, también en lo inverosímil, pero lo que cuenta es la caída libre. Leer En la celda había una luciérnaga se trata de saltar en paracaídas y disfrutar de la caída y el aire que te corta las mejillas.
En la celda había una luciérnaga apuesta todo por la imaginación
Este librono te da todas las respuestas o intenta aleccionar; simplemente entretiene sin olvidar jalar de los tendones delicados del corazón. Porque sí, no versa sobre el jolgorio por sí solo, sino por aquellos momentos de diversión o alegría que podemos encontrar en lo más cotidiano de nuestras vidas, e incluso en nuestras tristezas.
“Mi madre me pidió que no me riera con la cara más triste que le había visto nunca, y yo por fin procesé aquella expresión: «el fin del mundo», y de pronto me di cuenta de que no era una broma. Esa semana lloré tanto que llené un bol entero de lágrimas y mi madre me compró un pez para sacarles algún provecho.”
Esta antología de cuentos apuesta todo a la imaginación, a atreverse a hablar de lo más anodino en lo extraordinario de nuestras vidas; apuesta todo a cuentos pequeños que suelen ambientarse en el mundo rural, y gana.
Podría ser perfecto para leer en la playa, pero resulta ideal para leer en cuanto yo desee percibir un rayito de sol, sin importar donde esté.

Alicia Maya Mares (Ciudad de México, 1996) estudió Comunicación en el Tecnológico de Monterrey y está cursando la 12ª edición del Máster en Creación Literaria de la Universidad Pompeu Fabra, en Barcelona. Sus textos han sido publicados en la sección “Piensa Joven” del Heraldo de México y en las revistas literarias Efecto Antabus y Carruaje de Pájaros.