[Texto resultado del Taller de Narrativa para Principiantes: enero 2022]
Puntos brillantes era todo lo que se veía en aquella oscuridad: brillos de diversas tonalidades, algunos de color azul y otros de color rojo. Emmet y Cassie estaban en el tejado observando el brillo de esos diminutos puntos en la bóveda celeste. Ellos se habían escabullido hasta ahí después de ese terrible mensaje enviado a toda la comunidad: “la guerra será inminente, prepárense para pronta extracción”.
¿Cómo era eso posible?, en menos de 24 horas el padre de Emmett, el conde Browen, había sido ejecutado en plena asamblea de gobierno. Browen había acordado retirar a su ejército de la frontera siempre y cuando Grendel, el sobrino del único soberano de las tierras del oeste, pusiera en marcha la extracción de sus navíos de la costa, pues suponía un peligro para todos los barcos pesqueros y comerciantes que diariamente circulaban por ahí.
— ¿Cómo alguien puede ser tan malo? —preguntó Cassie.
Emmet aún se encontraba conmocionado. Ese hecho aún no cabía en su realidad; sus vidas habían cambiado para siempre: ¿cómo vivirían ahora?, ¿qué sería de ellos?, ¿ahora él tendría que gobernar?… no, aún estaba su hermano, él seguramente se podría hacer cargo de todo, pero ¿cómo hacerlo? Su hermano había sido enviado a la cordillera de los montes Moldov hace más de un año y aun no tenían noticias de él. Sería difícil poder sobrellevar todo eso, sin contar este vacío en su interior. No había llorado, ¿sería acaso porque en su vida no cabía una realidad sin su padre?, era realmente difícil tratar de entender que nunca más lo volvería a ver ni a abrazar. En la mañana aún era el hijo menor de su familia, pero ahora era el encargado de proteger a su madre. “Qué rápido puede cambiar la realidad”, pensaba, hasta que Cassie interrumpió sus ideas.
— Tranquilo, Emmet, no están solos, todos ayudarán a encontrar una solución a lo que sea que esté pasando —le dijo con un tono dulce y sincero. Emmet la volteo a ver y sonrió—. ¿Y si seguimos viendo esas bonitas luces?, apuesto a que logro encontrar más que tú. ¿Qué dices, o temes perder ante una niña? —comentó Cassie con una expresión pícara. Emmet conocía muy bien esa expresión: era difícil negarle algo cuando se lo proponía.
—Tengo una mejor idea. Pide un deseo, eso siempre me dice mamá.
—¿En verdad crees en esas cosas?
Emmet no contestó; se perdió en sus recuerdos mientras se remontaba a aquella vez que, junto con su familia, habían ido al lago a pasar una “noche mágica”, o así lo había llamado su madre. Aquella noche las estrellas fugaces habían invadido el espacio completo: luces iban y venían de un extremo al otro.
—¿Emmet? ¿Sigues en este mundo? —exclamó Cassie tratando de regresar a Emmet a la realidad.
—¿Eh?, ah… sí… Inténtalo, verás que funciona—dijo algo distraído. Era difícil mantenerse presente después del caos que se había suscitado.
—Mmm… Muy bien, a ver… ¿qué podría desear?… ¡Ya sé! —Cassie cerró los ojos con todas sus fuerzas; sin embargo, no pudo terminar de formular su deseo, pues a los pocos instantes varios estruendos llenaron el pacífico ambiente en donde se encontraban.
—¡¿Qué fue eso?! — gritó Emmet poniéndose de pie tan rápido como pudo.
Cassie no estaba segura de lo que sucedía, ¿había funcionado?, ¿acaso tendría la dicha de poder conocer a su princesa de cuento de hadas favorita?
Poco a poco los pequeños destellos, que parecían ser estrellas fugaces, comenzaron a estallar. El cielo comenzaba a iluminarse más y más conforme las detonaciones se iban haciendo más cercanas.
—Cassie, no creo que deberíamos estar aquí arriba en este momento —Emmet mientras le dio la mano para bajar lo más rápido posible del techo.
—¡Vaya!, y yo que pensé podría conocer a Aurora… —dijo algo desilusionada sin tener noción del gran peligro que se les echaba encima a ambos.
Las campanas de alerta comenzaron a resonar por todo el sitio.
—¡Emmet!, baja de ahí rápido, tenemos que irnos… —La tía de Emmet, Missa, llevaba bastante tiempo buscando al pequeño—. Cassie, tú tampoco deberías de estar en este lugar, ven acá. ¡Corre!, te llevaré al salón oval con tu madre. Te está buscando como loca, casi se le anda saliendo el corazón y está gritando a todo mundo preguntando por ti —dijo Missa mientras agarraba a ambos niños de las manos y corría escaleras abajo.
Al llegar al tercer piso Missa soltó a Emmet y a Cassie.
—Corre, Emmet, ve a tu dormitorio y espérame ahí. Iré a buscar a tu madre. Seguro andará ayudando a mantener la poca calma que nos queda a todos.
—Pero ¿y Cassie? —preguntó Emmet preocupado por su fiel amiga.
—No te preocupes por ella, me aseguraré de que llegue al salón sana y salva. Seguramente su madre aún se encuentra ahí gritando. Creo que incluso logro escucharla…
Y, sin darles tiempo de una despedida, Emmet y Cassie se vieron a los ojos sabiendo que esa sería la última vez que se verían.
—¡Siempre, siempre! —alcanzó a pronunciar Cassie mientras seguía a Missa hacia las escaleras que llevaban al segundo piso.
—Siempre, siempre… —murmuró Emmet, sabiendo que ella ya no lo escuchaba.
Emmet corrió a su recámara. ¿Qué debía hacer? Podía hacer su equipaje, quizá. “¿Equipaje?, no”, pensó, “¡el ancla!, claro, eso es importante”.
Hace algún tiempo la madre de Cassie le había dado algo supuestamente mágico, ella lo llamó “amuleto”, realmente era un dije en forma circular. Emmet lo rebautizó con el nombre de “el ancla”, pues en él se hilaron varios de los mejores momentos que habían vivido. Dentro tenía un pequeño tesoro que juntos habían encontrado cerca del río. Sin embargo, antes de tomar el ancla, algo en la ventana llamo su atención. Un destello rojizo inundó súbitamente toda la estancia. Al percibir el cambio tan repentino de luz, Emmet no dudó en asomarse.
Mucha gente deseaba entrar; las rejas de metal estaban cerradas e impedían la entrada. Emmet percibió que en su mayoría eran personas que nunca había visto. Iban vestidos con un extraño traje blanco, parecían soldados, pero no podía ser… los soldados del lugar siempre llevaban el distintivo de color azul. Ellos no eran soldados comunes y corrientes, debían ser…
—¡Emmet!, quítate de ahí ahora mismo —gritó Missa justo a tiempo.
Emmet corrió asustado hacia la puerta en donde se encontraba Missa. Como por arte de magia, todas las ventanas de la habitación retumbaron y se desquebrajaron. Missa soltó un grito de pánico pensando que Emmet había resultado herido; sin embargo, él ya se encontraba aferrado a la pierna de su tía, temblando por todo lo que estaba pasando. No entendía nada, ¿cómo es que todo el mundo se estaba quebrando tan rápido?
—Corramos. Debemos partir, el barco de Kik nos espera.
Kik era el capitán de una pequeña flota de buques. Realmente nunca habían tenido necesidad de tener una flota tan grande; sin embargo, ahora no parecía tan mala idea tenerla.
Ambos salieron por el pasillo. Los grandes ventanales del lugar habían sufrido el mismo destino de las ventanas en el cuarto de Emmet. Vidrios de diferente tamaño estaban regados por todo el suelo: si alguien no tuviera zapatos, seguramente sería un martirio tratar de escapar de ese lugar.
Las personas corrían por el recinto tratando de salir lo más pronto posible. Niños, adultos y ancianos lanzaban alaridos cada vez que una nueva explosión se escuchaba detonar.
—Maldición, ¡el ancla!…
—¿El qué?
—Tengo que regresar… —dijo soltándose de su tía y corriendo tan rápido como pudo hacia su recámara.
—¿Qué haces?, ¡regresa! Chamaco insolente. Ni porque estamos a punto de desaparecer te dignas a hacerme caso —gritaba su tía mientras corría con dificultad tras de él.
Al entrar a su habitación Emmet pudo ver el ancla tirada a un lado de donde la había visto por última vez.
—¡Hay que irnos!, no voy a volver a repetirlo, mi deber es mantenerte en este mundo —dijo su tía entrando rápidamente a la habitación mientras cerraba la puerta cuidadosamente.
En ese momento ambos escucharon una fuerte explosión, algo que resultó ensordecedor. Missa corrió a abrazar a Emmet tan fuerte que casi sintió que el mundo se le acababa.
—Creo que han logrado entrar… —dijo su tía mientras las lágrimas bajaban de su mejilla.
—¿Quiénes, ¿quiénes han entrado, las personas de blanco?
—Ellos no… —Missa no pudo terminar la oración, pues Diti, la madre de Cassie, acababa de entrar en la habitación por la puerta de servicio.
—Por fin los encontramos. Corramos, no queda mucho tiempo. —Diti les hizo señas para que entraran por la puerta de servicio.
—Este pasillo nos saca directamente al comedor, de ahí podemos alcanzar la bodega y salir directamente al muelle. Dicen que Kik está a punto de zarpar. Debemos apresurarnos.
Emmet y Missa no perdieron tiempo y corrieron tras ella. Cassie se encontraba a un lado de Diti. Ella no pudo evitar sentir un tremendo alivio al ver a su mejor amigo a salvo.
—¡Abran las puertas! ¡Camaradas, aquí adentro! —se escuchó detrás de la puerta que daba al pasillo y que anteriormente Missa había cerrado.
—Son ellos, seguro nos han visto entrar —dijo Missa.
En un arrebato de estúpida valentía, Emmet dedujo que la única forma de salvar las vidas de las personas que más apreciaba era enfrentarse, como todo un hombre, a esas extrañas personas.
—Vayan, yo los detendré — dijo Emmet
—Estás loco. Tú vienes con nosotras —dijo Missa mientras trataba de jalarlo dentro del pasillo de servicio.
—No, vayan. Creo que es hora de vivir la realidad. Cassie, adelante. Sabes que debo de defender lo poco que queda. Corre, no queda mucho tiempo —dijo mientras la mano de Cassie cerraba la puerta de servicio.
Emmet corrió hacia donde se encontraba el ancla. Debía dárselo a Cassie, no podía dejar tan bello recuerdo en ese lugar con todos esos extraños.
Al tomarlo en sus manos las puertas de la habitación se abrieron de par en par; las personas de blanco entraron apresuradamente. Emmet tomó lo primero que encontró, un florero largo de plata de su mesa de noche, y lo arrojó a uno de ellos dándole directamente en la cabeza.
—¡Alto ahí! —dijo uno de esos personajes vestidos de blanco mientras se aproximaba rápidamente a Emmet.
No tuvo tiempo para defenderse. Emmet cayó inconsciente en el momento en el que el arma del extraño vestido de blanco golpeó su cabeza. A un lado se encontraba el ancla que tanto había protegido.
—Por aquí, estamos cerca —dijo Diti mientras abría la puerta de madera que llevaba a las bodegas.
—¡El barco se aleja! —dijo Cassie mientras señalaba el fantasmagórico barco alejarse del muelle.
— ¡¿Qué?!, ¡no! Corramos, aún podemos alcanzarlo —gritó Ditti mientras corría hacia el muelle haciendo señas para que Kik los viera.
—Kik, ¡pedazo de idiota! Detén el barco ahora mismo si no quieres que me eche al agua y lo detenga yo misma —gritó mientras veía como Kik se asomaba por la popa.
—¡Ditti!, corran. Todo se ha ido al carajo, suban rápido. ¡Ey! Ayúdenme con el puente para que suban —gritó Kik a su tripulación.
Subieron rápidamente al bote, el ultimo bote que saldría de esas tierras. A lo lejos las campanas seguían sonando: el ataque apenas comenzaba. Ruidos de armas sonaban aquí y allá. Cassie no pudo evitar taparse los oídos con sus manos sucias y demacradas.
El sonido del agua comenzó a fundirse con el constante ruido de las bujías trabajar y el aroma del océano se derretía ante el penetrante olor a gasolina del camión de refugiados.
—Cassie, ven acá, mi amor —dijo Ditti mientras la acurrucaba en sus brazos tratando de darle algo de calor en esa fría noche.
—Dejé a Emmet… —le dijo al oído a su madre.
—Tranquila, mi cielo, seguro estará bien. Estoy segura de que aparecerá muy pronto. Cuando lleguemos a un lugar seguro podremos invitarlo junto con Missa a buscar una nueva ancla, ¿qué opinas?
Cassie se limitó a asentir y acurrucarse en el regazo de su madre. No pudo evitar pensar en cómo una gran parte de sus aventuras habían sido abandonadas en aquel lugar del cual ahora solo se veía humo y fuego. La guerra había comenzado y sin previo aviso arrasó con lo más preciado para ella, su realidad. Una vez más, Cassie cerro los ojos y soñó.
Jorge Almanza. Nació en la Ciudad de México. Tiene 27 años. Estudió la licenciatura en medicina general y actualmente cursa la ingeniería en sistemas inteligentes artificiales en UPAEP, Puebla. Cuenta con un canal en YouTube llamado “entre historias” en el cual ha tenido la oportunidad de compartir todo tipo de lecturas y ha contado con la dicha de entrevistar a varios autores mexicanos.