[Texto resultado del Taller de Narrativa para Principiantes: enero 2022]
¿Alguna vez te has asomado a la ventana para mirar el cielo? Creo que muchos de nosotros nos hemos sentado incontables veces para contemplar su belleza. A algunas personas les gusta levantarse temprano para ver el amanecer; otras prefieren ver el atardecer. Incluso he visto personas preparándose para ver otros eventos más especiales o poco comunes, como un eclipse o una lluvia de estrellas; en fin… El cielo siempre ha sido muy bonito. Si a mí me preguntaran cuál es mi espectáculo favorito del firmamento, mi respuesta sería: el cielo nocturno, porque en él se puede ver la luna. Esto se debe a dos razones entrelazadas, la primera es por mamá —siempre me decía que era tan hermosa y especial como la luna… Bueno, eso también explica mi nombre—.
¿Cuál es la segunda razón? La explicación es un poco extensa. Verás, mirar el cielo y otros paisajes naturales ha sido uno de mis pasatiempos favoritos, era una actividad común con mi abuelita y mi mamá; a veces mirábamos el cielo después de jugar en casa o salíamos a caminar cuando bajaban los rayos del sol. En ocasiones no podía mirar con claridad los animales, las plantas o los objetos que estaban a mi alrededor, creábamos diferentes estrategias para podernos acercar a los seres vivos pequeños o lejanos y, cuando esto era algo complicado, podía conocer su aspecto por el dulce y cariñoso sonido de voz de quien me acompañaba.
Mi abuelita y mi mamá siempre han sido mujeres sabias y amorosas, siempre me enseñaron que en cada momento de la vida hay algo bonito por conocer; el mundo natural es un arte que Dios ha creado con mucho cuidado y detalle, desde una pequeña hoja hasta una enorme constelación de planetas y estrellas, con una amplia gama de colores y formas. Por eso decidí ser profesora de artes; además, siempre me gustaba la escuela: era el espacio donde podía convivir con niños de mi edad…
Claro, puedo recordar que al inicio no fue una tarea fácil, no solo para mí, no solo para mi familia por ser la primera etapa en la que yo tendría que enfrentar el mundo sola, también para algunos compañeros, aceptar las diferencias y ser empáticos con los demás a veces lleva su tiempo. Afortunadamente, siempre había alguien en el camino lleno de amor que hacía los días de escuela agradables: a veces podía ser un profesor interesado por enseñarnos valores para la creación de un mundo mejor; otras, algún niño que comenzaba con acciones péquelas como ayudarme a leer un texto o buscar un lugar sombreado para cuidarme de las quemaduras de los rayos del sol. Posteriormente, compartía conmigo momentos de charlas y juegos, pasando el lazo de simples compañeros a una amistad genuina y valiosa.
Otros amigos llegaron a mi vida iniciando con una pregunta… ¡Está bien! Casi siempre era más de una, a veces la curiosidad puede abrir puertas en la vida para conocer gente maravillosa; cada vez que alguien hacía preguntas como: “¿Por qué tu cabello y tu piel son tan blancos?, ¿por qué te acercas mucho a las cosas?, ¿por qué tus ojos los haces pequeños?, ¿te hace daño el sol?”, entre otras, siempre respondía amablemente a ellas. Mi familia me enseñó que al dar respuestas amigables no solo les daría la posibilidad de enseñarles algo nuevo sobre cuestiones científicas; también les daría la confianza de conocerme, de enseñarles quién soy yo, lo que me gusta hacer, dones, talentos, cuáles son mis sueños, anhelos y esperanzas.
He aquí la explicación de por qué me gusta la luna. Curiosamente no es un planeta, sino un satélite natural que su brillo no lo tiene por si sola; este llega gracias a los rayos del sol que están cerca de ella. En mi caso es similar, gracias a las personas que siempre han estado ahí y me han acompañado en mi camino para impulsarme a crecer, desarrollar mis capacidades y talentos, he logrado brillar, como la luna. Formando parte de mi universo, entre ellos, estas tú.
Pareciera que fue ayer cuando a tu padre y a mí nos dieron la noticia de tu llegada. Recuerdo cómo mi pancita se hacía cada vez más grande, como las fases de la luna. Me sentía muy feliz, muy dichosa… esperaba con ansias el momento en el cual pudiera abrazarte con todo mi amor. Tenerte en mi vida ha sido una etapa maravillosa, porque no solo te miro crecer, sino que me haces crecer contigo cada día y me inspiras a dar lo mejor de mí.
Hoy es tu primer día de escuela. Debo reconocerlo, me siento un poco nerviosa. Antes de que suene el timbre te abrazo fuertemente y me das un cálido beso en la mejilla. Observo cómo vas en camino a tu salón, cantando y sonriendo, con tus trencitas y tus moños amarillos. En ese momento al mirarte también miro a la niña que alguna vez fui, a esa niña rodeada de amor y que, pese a las debilidades, hubo alguien que recordaba lo valiosa y especial que era, formando poco a poco la mujer que soy.
Ahora te veo crecer y te acompaño en tu camino, contemplando cómo abres poco a poco tus alas para emprender el vuelo. Lo único que puedo pedir es que tú también tengas más personas a tu alrededor que te amen, valoren, enseñen y te ayuden a brillar, que yo siempre pueda estar ahí para cuando me necesites, sin importar la edad que tengas y pueda seguir mirando cómo cada uno de tus sueños se cumplen, porque todos, mi querida niña, al igual que la luna, podemos brillar. Solo necesitamos ver el amor de las personas que están a nuestro lado.
Blanca Odilia Navarro Zamora. Soy creadora del canal en redes sociales “Los Cuentos de la Princesa Ody”, donde escribo historias infantiles sobre temas de educación socioemocional y de relevancia social; entre ellos la inclusión. Luna ha sido mi primer personaje en la escritura que me trae gratos recuerdos. Este texto está principalmente dedicado a los adultos; en especial a los padres y cuidadores de niños con discapacidad que día a día los acompañan para impulsar su crecimiento.