He nacido en una voz silenciosa
Me parieron sobre una boca tartamudeando
por el golpe del viento en la tráquea
nací sobre los incisivos podridos y
entre la lengua impactada por la
pólvora, la sangre y el pavor.
Fui concebido bajo el abrazo de un
hálito débil y el llanto de una voz
silenciosa, disoluta entre los huesos.
Bar
Dilatados vasos y cicatrices sin precio.
Luz tenue, el canto frío e
indolente de la artista invitada,
la lluvia, quien bendecirá siete
veces las copas a reposar
en estos labios sedientos
del elixir del miedo y la negación.
Hormiguero de ebrios pescando
las gotas salivosas, junto a las notas
musicales de las colonias alrededor;
nadie siquiera lo sospecha, pero este
es un Oasis donde ninguno entiende los
enigmas de un espíritu jadeante.
¿Espíritu jadeante?
¿Oasis?
Esto es una caldera donde se
queman las gargantas
—con un grito desesperado—
y el aliento se pierde en la locura
junto a los trotes de
trovadores silenciados.
Trovas hambrientas de muertos
¿Por qué escucharlas?
El giste de la cerveza arde
en soledad y afina el sabor
amargo de sus dientes para
comernos vivos.
La multitud en la que me
encuentro, entre tanto
alcohol ignoto,
espera auscultar
sus propias voces.
¿Quién fue el que increpo
la piel de mi mano, la piel
de mi cuerpo?
¿Dónde yacen las respuestas
en esta vida, fruto de volcanes?
¿Para qué el tiempo?
¿Por qué el sustento de
la sangre en mi lengua?
Acá el pecado, es el padre
de todos nosotros, quienes
nos embriagamos con su
cordón umbilical y algunas
promesas que habitan
entre los huesos.
Plaza de pecados conocidos
I
Cemento y un par de árboles
muertos atrapados alrededor
de una turba de edificios.
Se sitúa el grito de un vaso
quebrándose a la lejanía y
el llanto de niños abandonados
en las bancas deshilachadas
del desprecio; las personas
caminan y están marcadas por
un dolor que punza los
alambres de sus
pies, mientras perturbados
cantan a la menesterosa
apariencia de ellos mismos
y la de los demás.
II
Sentados posan los reyes
ignorados. Cruzan las piernas
como señal de poderío; leen
a Ronald Bonilla para entender
lo astillado del violonchelo roto
de su infancia.
Página tras página,
dedican miradas aturdidas a las
estaciones del cuerpo pobre de
la sociedad, hasta que el cigarro,
habitante de sus bocas,
permuta con fragilidad y cae
rasgando la tela de sus manos.
III
Masoquistas buscan las colillas
de breva esparcidas por la grava
para abrigar la realidad del otro.
Rasgan la piel de sus rodillas;
desmoronan,
descuartizan,
sangran,
pero se ríen de saborear
el espumarajo donde se
esconde el coro de la
saciedad.
IV
Y dentro de esa conspiración
se oye el eco de los que cortan
las nubes. Simples voces
remotas provenientes de
cuerpos remotos, poetas
o profetas alcohólicos.
Hombres llenos
de retorcidos pecados,
embelesados del diablo,
sin un ángel serpentino que
les provoque la muerte.
V
¡Bienvenido al purgatorio!

Carlos Quintanilla (Santa Ana, El Salvador). Es estudiante de la carrera Licenciatura en Ciencias del Lenguaje y Literatura de la Universidad de El Salvador, Facultad Multidisciplinaria de Occidente. Ha participado en diferentes eventos y lecturas a nivel nacional. Su poesía ha sido publicada en diferentes revistas impresas y digitales de El Salvador, Guatemala y México. Entre sus publicaciones literarias como académicas se encuentran: La influencia semántica y función del morfema –a- como prefijo y sufijo en las palabras de El Salvador, 2019 (Morfología y sintaxis del español de El Salvador, artículo científico), Entre fusiles, guiones de telenovela y cobardía: reseña y opinión sobre la novela «Si te pudiera mentir» de Berne Ayalá, 2020 (reseña) y Sanguaza, 2021 (Editorial Navegando Sueños, poemario).