Alicia en el país de las maravillas: la lógica del absurdo

¡Alicia!, acepta este cuento,
y con dedos delicados
ponlo donde están trenzados
sueño del mundo infantil
con la cinta del Recuerdo,
como coronas ajadas
hechas de flores cortadas
en un lejano país.
-Lewis Carroll

Cuando era apenas una niña, en la televisión comenzó a transmitirse la historia de una pequeña (como yo en aquel entonces) que, atravesando la madriguera de un conejo, llegaba a un mundo maravilloso. Me enamoré. Un poco más grande, encontré que tal relato que me había fascinado era nada más y nada menos que una de las versiones a la novela del autor inglés Lewis Carrol: Alicia en el país de las maravillas. Una vez me enteré de esto, no pude evitar volverme una entusiasta empedernida de aquel tema y consumí todo lo que pude de aquella desconocida tierra. La primera vez que leí a Alicia mi mundo cambió, no solo por lo mucho que me gustaba, sino por lo mucho que descubriría ahí.

Para aquellos que no tengan idea de que estoy hablando, pasaré a presentar un muy escueto resumen de aquella gran novela. Como punto inicial, como no podía ser de otra forma, señalemos el inicio de todo, cuando un profesor de matemáticas narra cuentos a las hijas del Decano de la universidad donde trabajaba. Una de las niñas que solían escucharlo, de nombre Alice, a quien robaría el nombre para su protagonista, sería la encargada de pedirle a Carrol que continuara contando aquella historia donde toda imposibilidad era posible. El país de las maravillas nos narra las aventuras de una pequeña en un mundo diferente al que ella conoce, dando paso a los más descabellados pensamientos e incluso acciones que un niño podría imaginar.

Publicada en el año de 1865, acompañado de bellísimas ilustraciones por el artista John Teniell —citando a nuestra protagonista “¿de qué me sirve un libro que no tiene ni dibujos ni conversación?” (Carroll, p.1)—, Alicia en el país de las maravillas no podía haber sido otra cosa más que un rotundo éxito para chicos y grandes.

No podría poner un número de veces exacto de lecturas que he realizado a la novela, pero sí puedo decir que han sido en más de una etapa de mi vida y que cada una de ellas me ha mostrado algo distinto. En momentos en los que suelo hablar de Alicia, las personas terminan relacionándolo como la idea de lo descabellado, lo impensable, una imposibilidad de imposibilidades; no obstante, tantas lecturas tendrían que haberme hecho apreciar que, en efecto, el autor usa más lógica de la que nos imaginamos: tendría que ser, después de todo, era un matemático.

La capacidad que tenía el autor para plasmar una cantidad grande de adivinanzas y rimas sin sentido era apabullante, digo, como lectores amerita centrar toda nuestra atención para siquiera poder pronunciar tales versos.  A pesar de ello y de los consejos sin aparente rumbo de los personajes, la gracia y lógica existen a cada momento. Pongamos de ejemplo el encuentro de Alicia con el Lacayo-Rana al encontrar la casa de la duquesa (capítulo 6):

Alicia se acercó a la puerta y llamó tímidamente.
—No pierdas el tiempo llamando —le dijo el Lacayo que está en el suelo—, por dos razones: la primera, que yo estoy en el mismo lado de la puerta que tú. La segunda, porque los que están al otro lado de la puerta no te pueden oír, ya que dentro reina un ruido infernal.
Y, efectivamente, del interior de la casa salía un ruido realmente ensordecedor…

(p.78-79)

Años después, en mis lecturas un poco más analíticas en paso de ser una estudiante de literatura, en búsqueda de signos o conceptos que me hicieran explicar el valor y las enseñanzas de Alicia, mi yo niña salió a detenerme: “¿por qué piensas tanto en ello?”. Me cuestioné una y otra vez, pero no encontraba una respuesta, así que decidí leer como si todo lo leído tuviera la lógica más perfecta: no buscándola ni tratando de comprenderla, sino creyéndomela, siendo de nuevo esa pequeña que lo leyó por primera vez. Me reí, me asombré y quedé anonadada junto con la pequeña Alicia.

¿Eso quiere decir que estamos leyendo mal? No, al contrario de lo que los lectores adultos esperamos, el que ya no se pueda comprender a Alicia tiene una respuesta bastante sencilla. La novela está enfocada a los niños; a veces nos olvidamos de su opinión como lectores, la cual es muy importante, porque ellos piensan con una lógica opuesta a la nuestra, en donde todo lo que no tiene cabeza tiene una posibilidad, y es maravilloso.

Cuando somos adultos y leemos algo, siempre queremos buscar una explicación, ¿cuál es la moraleja?, ¿qué quería decir? Sin embargo, nos olvidamos de la importancia de darle voz al niño al que realmente va dirigido (enfocándonos en la literatura infantil). Alicia en el país de las maravillas lleva más de 150 años de vigencia y sigue estando presente hoy en día, porque Carroll permitió a sus primeras lectoras opinar, así que, a pesar de que él es el autor, toda la lógica es de los niños; por lo tanto, toda la novela esta llena de lógica y es perfecta. Pero, para darnos un poco de paz a los lectores adultos en búsqueda de respuestas, sí tenemos una: Alicia es la constante exploración del ser: ¿quién soy?, ¿qué soy?, ¿qué puedo hacer si soy tan pequeño? Pero si crezco, tampoco sé cómo obrar.

Para explicar este punto, siempre me gusta recordar la aparición del señor oruga (capítulo 5), quien le pregunta a Alicia quién es, sin obtener una respuesta, pues la propia niña no lo sabe: “¡Ojalá lo supiera yo! Y el caso es que esta mañana lo sabía… ¡Pero ahora mismo no lo sé! ¡Cómo voy a saber quien soy, si estoy cambiando continuamente!” (Carroll, 2017, p.60). Es justo esta parte la respuesta. El camino de ser un niño y, de repente, cambiar es un proceso natural, pero extraño, poco entendible aun para el adulto que sigue cambiando. El señor Oruga, a pesar de ser un adulto, explica esto con tal claridad que no la entendemos.

Otro ejemplo claro, pero poco visible una vez que pasa el tiempo y bloqueamos nuestro pensar de infancia, es justamente el camino de Alicia. Sin pies ni cabeza, cada adulto con el que la niña se topaba (porque sí, Alicia es la única niña en el relato, no contando al bebé cerdo), le daba un consejo, el cual le serviría para al final terminar su aventura. Si nos damos cuenta, la Alicia con la que iniciamos la historia no es la misma con la que finalizamos, pues ha cambiado (a su forma, pero lo ha hecho). Recordemos que no solo hay una lógica, sino que, en un mundo de maravillas, todo es lógico dentro de lo absurdo.

Carrol, L. (2017). Edición completa Alicia. Editorial Edelvives, España.

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