Hacer chiribitas | La pasión y el desamparo van de la mano: La memoria donde ardía de Socorro Venegas

Páginas: 112

Publicación: 2019

Editorial: Páginas de Espuma

“El crepúsculo incendiaba las calles de olor a tabaco, risas y una sensualidad resbalosa que olía a ron de campesinos, aguardiente, luzardiente.”

19 cuentos de Socorro Venegas

Espacios liminales, atmósferas suspendidas, poesía, un tinte de suspense y llovizna de infinita ternura: eso hay en estos cuentos breves de Socorro Venegas, marcados por la pérdida y la esperanza.

La memoria donde ardía (Editorial Páginas de Espuma, 2019), es un libro corto, cuya atmósfera parece tan inasible como incambiable. Si tuviera que ubicar su lectura en algún sitio específico, diría que en un cunero por donde se cuela el viento y la luz ambarina de algún atardecer distante. Por ello celebro la precisión de la portada.

Pero dicho eso, debo resaltar su lenguaje poético espectacular, el uso de recursos como metáforas y símiles; la construcción de ambientes oníricos mediante el uso de la palabra correcta y también la palabra más evocadora.

“Se sentaron uno frente al otro, entre ellos había un tronco viejo, y en su superficie oscurecida caían los caracoles y las adivinanzas. A Ian se le antojó que ese tronco era un remolino estancado, y que en cualquier instante se pondría a girar con sus designios y constelaciones adentro.”

Mi principal problema fueron los finales abruptos y crípticos, pues estos siempre dejan una sensación perpetua de que faltan palabras y por eso hay que leer entre líneas. Esto funciona en unos, mientras que en otros sentí pereza de regresar.

Cuentos como pinturas que alguna vez soñaste

La memoria donde ardía se compone, más que de cuentos, de escenas; cuadros, parajes de aquel sueño que ya olvidaste. Justo como en los sueños, las tramas comienzan ya deshilachándose, y nunca podremos ver el final. Esa incertidumbre, esa añoranza por volver, perdurarán.

“Cubierta por la luz de las fogatas yo le prometí que iríamos juntas al mar. Echábamos a la lumbre pedazos de madera y en seguida saltaban chispas que parecían estrellas salidas de nuestros cuerpos. Sé que esos ojos llameantes de la abuela no dejaron de esperar el viaje nunca.”

Sí, las las tramas son un barranco por el que algo se cae y no tenemos el valor de seguirlo al abismo. De nuevo, es como cuando estás despertando del sueño y la cohesión, la lógica, se difuminan. Quizá por eso todo se siente sin resolución.

En ‘El coloso y la luna’, uno de los cuentos más memorables de la antología, una niña parte a buscar a su padre por las calles de su barrio, pues este es un alcohólico que apenas se mantiene lúcido. En ‘Como flores’, Venegas se luce al crear un ambiente tenso e inquietante, donde muchos niños ciegos llegan, de pronto, a una escuela, y los niños inscritos ahí temen tanto ser reemplazados que pasan de la animadversión al contraataque. En ‘El hueco’, una madre lidia con una extra depresión postparto, que la sume en la inmovilidad, en la duermevela, y la realidad se va difuminando de los bordes hasta que todo termina en un niño ya crecido, que luce un solo diente blanco de leche. En ‘La soledad en los mapas’, dos encargados de realizar censos llegan a un distante pueblo reminiscente a Comala, donde no hay un solo adulto a la vista. Allí, los censadores descubrirán que la pasión y el desamparo no son tan diferentes.

La memoria donde ardía seguirá viva, a fuego lento

Señalo estos cuatro cuentos porque fueron los que más se quedaron conmigo, pero resalto mucho la mirada incisiva de Venegas en cuanto al dolor y qué tanto nos jala de las costuras, qué tan profundo puede cavar hoyos dentro de nosotros. Y, aun así, qué tanto puedo pasar sin que se vaya la esperanza.

Penumbra, soledad, viudez, maternidad fracturada, padres alcohólicos y lagos/mares oscuros, abandonos y ausencias tan potentes que son casi agujeros negros; sensualidad descrita con mucha corporalidad y tacto, niños extraños, con dolor viejo, niños que permanecen.

Aquí sentí la liminalidad y el luto calándome hasta los huesos; quiero repetirlo.

“Yo no quería parirlo. Me gustaba sentirlo moviéndose, un contorsionista infinito. Soñaba que en mí se gestaba un navegante, un vadeador de abismos. Solía sentarme a contemplar el jardín y él comprendía ese momento de paz, se quedaba quieto para convertirse apenas en una vibración, en un presentimiento. Llegué a creer que sería así siempre.”

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