La puerta de Tannhäuser | Blade Runner y El hombre bicentenario: dicotomía de la muerte en la ciencia ficción

Los replicantes de Blade Runner buscan prolongar su vida más allá de los 4 años con los que fueron programados. Por su parte, el robot inmortal de Asimov busca morir para ser reconocido como humano ante los demás. Estas entidades, el robot y el grupo de androides, hacen todo lo que está en sus manos para lograr su cometido en sus respectivas obras.

Esta ambición los lleva a ser un reflejo de los deseos comúnmente relacionados en la narrativa con el propio animal humano. Sin darse cuenta, los replicantes que, irónicamente, quieren superar por completo a su ser creador en todos los aspectos, terminan siendo más humanos ante el temor de la muerte que otros androides; mientras que Andrew, el robot de Asimov, desde mucho antes de cambiar su cuerpo y posteriormente entregarse a su defunción, ya había conseguido su humanidad.

El primer acercamiento de Andrew con la muerte fue en el lecho final de quien fuera su amo. Ante este hecho se quedó inmóvil, era una experiencia nueva para él y, aunque sabía lo que significaba morir, no encontró palabras para ese momento. Volvió a ser testigo de más partidas a lo largo de sus doscientos años. Quizá, de alguna forma, en cada lecho de muerte encontraba su propia respuesta para llegar a ser humano y el mismo acto de morir se resignificaba en un mundo en que el hombre prolongaba aún más su calidad de vida.

Por otro lado, los replicantes, pese haber asesinado a varios humanos para escapar de sus labores primarias y posteriormente buscar pistas para alargar su vida, parecen ser incapaces de sentir remordimiento alguno al matar. Sin embargo, al morir alguno de sus iguales, los androides entran en duelo y optan por vengar a sus compañeros. Demostrando su capacidad para reconocer y lamentar la muerte del otro. Incluso en una escena, Roy, líder del grupo replicante, despide a su compañera con un beso mientras se lamenta y al mismo tiempo siente rencor por el blade runner.

Roy y Andrew habían tenido experiencias con la muerte de otros, pero la última sería, como todos los humanos, con la muerte propia. Deseada o no, en sus últimos momentos, ambos seres se entregan a ella. Roy se resigna a su partida inminente y Andrew la celebraba junto con el reconocimiento de su humanidad.

En ambos lechos de muerte encontramos lo que describe Ariés Philippe en Historia de la muerte en Occidente: la relación del acto mortuorio con la biografía. En esta idea totalmente arraigada en el imaginario colectivo y la narrativa, el moribundo vislumbra todos los momentos de su vida y, a partir de la actitud tomada por él en su lecho de muerte, da sentido final a su biografía (o, quizá, a su propia existencia).

Por un lado tenemos a Andrew, el primer robot en ser libre y, al final de la obra de Asimov, el primer robot en ser humano. Antes de partir, se aferra a su sueño cumplido mientras está rodeado de siluetas de la cual sólo reconoce una. Este lecho de muerte recuerda al ritual mortuorio que describe Ariés en su obra, el cual es significativo porque reafirma la partida no de un robot, sino de un hombre. Un instante antes de perecer, a la mente de Andrew llega un último pensamiento: la persona más importante para él en sus doscientos años de vida y por la cual pudo llegar a ser libre. El hombre bicentenario invoca el nombre de esa persona y muere.

Por su parte, Roy Batty, en resignación ante la muerte, termina salvando a su cazador (o presa) para posteriormente dar el monólogo más importante de la historia del cine de ciencia ficción: Lágrimas en la lluvia, en la que describe las cosas más increíbles vistas por él de las cuales ningún humano podría ser testigo. Y sin embargo, todas esas maravillas inalcanzables para la imaginación, se perdieron con él en su muerte como lágrimas en la lluvia. Las últimas palabras de Roy anuncian su deceso, no sólo aceptando su fallecimiento, sino decidiendo, como representación de su libertad, cómo hacerlo.

Las últimas palabras de ambos nos recuerdan a la remembranza de la vida del moribundo antes de su partida. Y tanto con Andrew como con Roy, dan sentido final o incluso resignifican su existencia dentro de sus obras. Para el replicante la muerte era una sentencia que le impedía ser libre, y para el robot era la única forma de conseguirla. A pesar de la huida o la búsqueda de la mortalidad de estos personajes, ésta fue, de alguna forma, la última representación de su propia libertad.

Y ahora me pregunto: la muerte, como entidad corpórea creada por el ser humano, ¿también ejerce su trabajo por sobre las máquinas? O, como los androides con las ovejas, ¿tendrán ellos su propia muerte eléctrica?


Egresado de la carrera de Lengua y Literatura Hispánicas por parte de la FES Acatlán. Ganador en dos ocasiones del concurso poético Décima Muerte en los años 2012 y 2013 por parte de la UNAM. Ha sido seleccionado para participar en tres ocasiones en el Encuentro Nacional de Estudiantes de Lengua y Literatura Hispánicas (ENELLHI). Sus textos han sido publicados en diversas revistas electrónicas.

Redes: @UnAngelSinVoz

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