Reseña | Los cristales soñadores, de Teodore Sturgeon

Páginas: 177

Publicación: 1971

Editorial: Minotauro

Al interior de la ciencia ficción, existen autores que buscan acercar o divulgar aquello que se ha descubierto de nuevo, escriben desde el microscopio con células madre y rayos gama. A la par de estos, existe otro grupo, cuya intención es la de especular, dejar libre la imaginación para averiguar ¿qué es lo que pasaría si…? En este segundo grupo podemos localizar el libro de Los cristales soñadores, donde se responde la pregunta: ¿qué pasaría si algunos fragmentos de nuestro mundo fueran sólo la representación material del sueño de otra raza? La raza que sueña en este caso son unos cristales, o al menos esta es la forma en la que nosotros, los humanos, podemos percibirlos.

Desde la premisa es evidente que no hay una ley o siquiera teoría que pueda mantener dicho planteamiento, que la estructura desde el punto de vista científico es, por decir lo menos, increíble; sin embargo, la historia se sostiene en su propia verosimilitud. En el camino de escritores como Ray Bradbury, Philip K. Dick o Kurt Vonnegut pueden encontrarse en el libro un entramado de teorías que dan pie a que la historia viva. Física cuántica, neuropsicología y lingüística cognitiva se entretejen con biología y nuevas posturas antidarwinianas para generar un mundo donde es posible que exista un ser, que es el resultado del sueño de unos cristales que como especie tienen un sentido de existencia, muy distinto al de los seres humanos. Sin el afán de estudiar esta nueva especie, tan sólo mostrando aquello posible de percibir por sujetos experimentantes del fenómeno.

Los científicos del futuro se describen con claridad en un texto que podríamos considerar al día de hoy como del pasado, premoniciones de la ontología orientada a objetos se hacen presentes en unas cuantas páginas que lo presentan de la forma más amigable, a través de un relato y no como manuales gordos de filosofía.

Con la intención de sortear los vacíos científicos y con la conciencia de cuál es su lector ideal (el adulto lector de ciencia ficción que no es especialista), se presenta una estructura retórica de la siguiente manera: un narrador en tercera persona presenta los hechos desde su lejanía, hechos que son protagonizados por un niño o ser, cuya sola existencia es el resultado material de lo que pueden hacer los cristales. Un avatar de esa otra forma de vida que cohabita en nuestro universo. La estructura temporal va desde el desconocimiento generalizado, es decir, la información que poseen tanto los personajes del libro como nosotros en calidad de lectores es nula, existe una comprensión del fenómeno, sólo hechos que transcurren frente a nosotros y que poco a poco se van relacionando para cobrar sentido.

Conforme va avanzando el texto se va revelando en ambos sentidos, conforme más saben los personajes en el libro, más comprendemos como lectores, aunque esta misma construcción es la que permite dejar espacios vacíos, descripciones subjetivas que sólo pueden ser salvadas a partir de un lenguaje poético que intenta representar situaciones únicas como la forma en la que viven estos cristales.

“Otra vez un nuevo sentido remplazó al de la vista, y otra vez advirtió a su alrededor las Presencias. Pero ahora no había grupos, salvo una, no, tres parejas distantes. Todos los demás eran núcleos solitarios, aislados, que nada compartían, y cada uno perseguía su propia, compleja y esotérica línea de pensamiento … No, no pensamiento, sino algo parecido. (…)

Y de pronto, entendió. Todos los seres terrestres obedecen a una orden: sobrevive. Una mente humana no pue de concebir otra base de vida. Pero si los cristales, y una muy diferente. Horty la entendió, aunque no del todo. Era algo tan simple como el “sobrevive”, pero tan ajeno a la vez a todo lo que había oído o leído que se le escapaba. No obstante, le bastaba ese indicio para saber que juz­garían su mensaje complejo e intrigante. Así que… les habló. No hay palabra para expresar lo que dijo. No empleó palabras. Lo que debía decir brotó de él en un instante. Con todos los pensamientos que habían dormido en él durante veinte años, con libros y música, con miedos y alegrías y asombros, con aspiraciones y motivos, el rayo del mensaje atravesó los cristales.”

La función poética en el texto, constituye uno de sus mayores logros, sin caer en el exceso nos recuerda que la prosa no es de ninguna forma un lenguaje sencillo. El autor decora el texto más que con palabras, con grandes ideas, donde la belleza poética no yace en lo fonético ni sintáctico, la belleza en el texto reside principalmente en el nivel semántico, es aquí donde nuestra mente disfruta el ir y venir de las ideas del autor. Bajo esta estructura, permite que los espacios narrativos sean independientes y complementarios para desarrollar de manera adecuada al protagonista, cuya historia comienza en su niñez para después ir saltando en la temporalidad, sin caer en saltos bruscos con la que en muchas ocasiones se utiliza el recurso de la elipsis.

En cuanto al planteamiento de la trama y su relación con respecto al género, aparece como una propuesta sólida y bien construida, tenemos en el libro, con sus necesarios cambios, una estructura dorada donde el viaje del héroe es encarnado por nuestro protagonista, quien deberá reconstruir una identidad que le fue ocultada. En este viaje, el lector encuentra la propuesta de mundo que plantea el autor y además la propuesta filosófica con la que se encuentra vinculada. Esta posición de los materiales inorgánicos como entidades sintientes además de la vinculación científica en la construcción de narrativas ya tiene la semilla de lo que más adelante será ficción especulativa.

Los sueños de los cristales nos llevan a plantearnos preguntas durante toda la lectura, a reflexionar los límites de lo que es humano, lo que nos hace ser quienes somos, además de una propuesta muy compleja sobre el cuerpo y el espacio, donde no sólo estamos habitando, sino que obliga a pensar desde dónde lo estamos habitando, cuál es nuestro centro o eje. 

Por el tipo de tema, su tratamiento y su innovación, además del contexto histórico en que fue gestada, la novela es un gran descubrimiento para los que disfrutamos la ciencia ficción blanda o social, para los que buscan una historia extraña o para los que investigan nuevas narrativas.


Rubén Espinoza fue becario para los talleres de la Fundación para las Letras Mexicanas en el año 2013 y 2017, además de Interfaz 2017. Director de la editorial Manumisión, artista plástico y criptógrafo aficionado. Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Parte de sus textos pueden encontrarse en las revistas digitales: “Círculo de poesía”, “Penumbria” y “Campos de plumas”; además de las antologías: “En la Web” y “Jíbaros”.

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