Cuento | Un retrato humano de alguien que ya no está, por Hodek M. García

Finado. “Edad y fecha ¿de muerte?”, “sí, de muerte, por favor; aquí, debajo de esta línea”. “¿Y en estas otras, qué va?” “Esas, las puede dejar así, en blanco; las llena el MP”. “¿Y por qué son tantas, tan cargados les llegan los muertos?” “Así es, siempre con mucho pasado, causas bastante inciertas, indistinguibles; resulta más fácil dejarlas así, en blanco. Ahora es así. Antes, todo era más tardado. La gente se sacudía todas las cosas, del corazón al papel, al rencor y de vuelta al papel. Después, las quejas de otras personas buscando terminar lo más pronto posible el papeleo. Que las líneas son pocas, que dónde hay más hojas para anotar, que cómo es posible que no haya más de dos plumas en la mesa, que deme eso, que yo lo lleno. Si no es una cosa es otra. Ya ve que de un tiempo para acá en este país los muertos se nos escurren de las manos. En fin, simplemente déjelas en blanco, si es tan amable”. “Es bastante extraño…” “¿Qué es extraño?… ¿Ya se equivocó? Le puedo dar nuevas copias para que las llene de nuevo, si gusta. Nomás despegamos la foto”. “No, no es eso; es bastante extraño, agudo y doloroso. Sólo un día pude verlo totalmente rebasado: el mediodía del martes, después de un desayuno tardío. Estaba como destemplado, en una felicidad retraída y apacible”. “Lo entiendo, siempre sucede bastante parecido; sí,  aquí, por favor, anote su lugar y fecha de nacimiento”. “¿La mía o la de mi abuelo?” “La de su abuelo, si es tan amable”. “Cierto, cierto, estamos aquí usted y yo por él”.

Era un 14 de noviembre o diciembre del 36. No recuerdo haber celebrado o siquiera nombrado su cumpleaños. Él era joyero, cree usted, sí, de esos que comprenden la fuerza y resistencia de los metales antes de estrujarlos para conseguir la forma deseada. Anillos, esclavas, pulseras, aretes; lo hizo todo. Jesús Quintanar le enseñó el oficio. Mi abuelo tenía tan sólo diez años. Hay una foto, mi abuelo, joven y esbelto, apoyado sobre la pierna buena, con un overol blanco, saliendo de la fundición que tenía su padre, mi bisabuelo, justo detrás de esa casa en Azcapotzalco.  Me gustaría que lo viera en esa foto, que lo viera en otra condena. No así, como ahora, en esta foto tamaño infantil que me pidió traer. Caminaba mal, ¿sabe?, le dio polio a los tres años. Pero sólo hasta ahora me cuesta pensar, imaginar siquiera, su pudor, su vergüenza; la desgracia de no poder caminar como yo por el mundo. Después, ya sabe usted, conoció a mi abuela y la invitó al Café de Chinos. Ella no fue esa primera vez. Luego, casados, tres hijos: dos mujeres y un hombre. Joyero, trabajando el metal. Tortas de pechuga de pavo en la calle Motilinia. Joyero. Cuatro talleres distintos en la calle Madero. Aventura. El gabacho. Mi abuelo dándose cuenta que en Texas lo estafaron con la Visa.  Y heme aquí, el nieto viniendo por el acta. Otra cosa, por el año 2002, le cayó ácido en la pierna izquierda. Ese dolor puede que sea parecido a este. Las piernas íntegras, la blanda materia de la carne diluyéndose en un desastre orgánico. Es como ahora: el ácido vertiéndose en nuestras vidas, la de mi familia, al verlo muerto, ya no verlo.

En los últimos años, antes del segundo infarto, se dedicó a  pequeños trabajos, los mandaba a la joyería del señor R. Lo llegué a acompañar, fue la primera vez que conocí Polanco, después a Indios Verdes en taxi. Lo recuerdo agotado, fatigado,  faltándole el aire por subir unas escaleras para llegar al paradero. Así era su silencio, doloroso. Apretarse, puntual, sin interrumpir la condena de vivir así. Mi abuelo y su silencio. Lo veo montando los brillantes. Sentándose a la mesa con las pequeñas partículas de oro blanco en los dedos. Oro de 14 o de 18. Solo una vez llevó a la casa un sobrecito con oro de 24, lo traía escondido debajo del cinturón. Ya ve que de la gente no se puede fiar, sobre todo cuando se viaja en transporte público. Usted me disculpará por quitarle un poco el tiempo, pero a mi abuelo le gustaba eso precisamente: tomar y compartir el tiempo de otros, siempre en silencio; así, postrado al borde de su silla blanca, como los últimos días que jugamos ajedrez. Siempre creí que su corazón lo sostenía en su puño.

“Tenga, anote aquí, la que cree usted que fue la causa de su muerte”. “El aneurisma, eso creemos que fue, sí… Desayunó y se fue a acostar. ¿Qué será de él ahora?”

Finado. S. T.  72 años, 11 de Noviembre de 2011.


Hodek Mealstrom  García Tavera es estudiante del Posgrado de Ciencias Físicas de la UNAM. Ha cursado talleres de poesía, cuento y fotografía. Obtuvo una mención honorífica en el 9º Concurso de Crítica Cinematográfica “Alfonso Reyes” con su trabajo “Fósforo”. Resultó ganador del Concurso Nacional de Fotografía “El doble filo de las tecnologías” 2020 del CONACyT. Además obtuvo una mención honorífica en el concurso “Leer la nueva realidad” de la revista Punto en Línea (UNAM).  Medium: https://hodek-mealstrom.medium.com/

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