Detrás del cuento está el cuentista; detrás del cuentista, una vida. En mis primeros cursos dentro de la Facultad de Letras, me di cuenta de que uno de los aspectos que más me gustaba era no solo el análisis de la narración, sino que disfrutaba conocer al autor, pues me explicaba un trasfondo que no siempre podía develar de sus narraciones. Sin embargo, el gusto por conocer al autor detrás de la historia no nace solo en este momento de mi vida. Al rememorar mi pasado lector, entendí que fue a través de un libro de cuentos que nació mi búsqueda sobre el autor y su historia, pues dentro del prólogo, se develaban algunos misterios ocultos que, posteriormente, me ayudaron a entender mejor lo que me encontraba leyendo. El libro en cuestión tiene por nombre Mis cuentos preferidos de Hans Christian Andersen y, como se podría esperar, es una recopilación de cuentos del autor danés; este fue mi primer acercamiento a la vida de un autor que me dispuse a leer por gusto.
Para dar algo de contexto a nuevos lectores, es mi deber presentar al autor como se merece. Hans Christian Andersen (1805-1875) nace en el pequeño poblado de Odense en el seno de una familia con serias dificultades económicas. Su padre era zapatero y, para ayudarlo con los gastos, su madre se dedicaba a lavar ajeno. A pesar de las vicisitudes, el padre del autor se encargaba de pasar tiempo con su hijo, a través de historias que solía narrarle, junto con su abuela, para entretenerlo. Por medio de estas historias, Andersen descubrió una pasión naciente: le gustaba crear; su padre, al darse cuenta de este hecho, confeccionó para él un pequeño teatro de madera, en el que su hijo podría actuar las historias que tanto le gustaban. Con esto en mente, debemos puntualizar un hecho que el mismo Andersen se encargaba de esclarecer, y era que su infancia había sido la mejor etapa de su vida.
Para el doceavo cumpleaños del autor, su padre falleció tras regresar de la guerra, por lo que, a su corta edad, Andersen se dispusó a ser la cabeza de su familia al comenzar a trabajar para poder subsistir. Una vez cumplidos los catorce, el autor se fue de Odense para instalarse en la ciudad de Copenhague, pues estaba decidido a cumplir su sueño como actor y como poeta. Esta etapa está narrada como un periodo lleno de dificultades para el joven Andersen, y es justo ese momento de oscuridad y añoranza del pasado de infancia lo que forma parte de su inspiración para muchas de sus narraciones. Aun así, el autor logró progresar y, a pesar de que es conocido mayormente por sus escritos infantiles, su obra literaria es bastante amplia, pues escribió tanto novelas, como teatro, poesía, artículos, libros de viaje y, por su puesto, su autobiografía.
Dicho lo anterior, cabe señalar que la vida del autor tuvo sus momentos de tragedia y angustia, los cuales estuvieron plagados de melancolía y, por lo tanto, se encuentran visible en la mayoría de sus narraciones. Me interesa llegar hasta aquí porque sin la melancolía de su vida, no existirían los cuentos maravillosos que hoy en día conocemos. El autor danés, con una maestría singular llena de tragedia y magia, suele provocar que sus lectores sientan todo un recorrido de emociones, al grado de estar en la piel de sus personajes o de empatizar a niveles enormes con ellos. Este juego lo hace a través de la mencionada melancolía.
Para los personajes de Andersen, la vida es una obra de arte llena de añoranzas y placeres, y para la humanidad también. En el subconsciente de los lectores, la añoranza de “un algo” está presente y la buscamos constantemente a través de nuestras lecturas. No solo la añoranza de la infancia, en el caso de ser lectores adultos, sino de la añoranza de algo que ni siquiera sabemos qué es. Y la idea de la búsqueda de algo maravilloso, es melancólico y precioso. Puede ser un primer amor, la familia, un poco de calor en el frio invierno, un traje nuevo para el emperador; cualquiera que sea la búsqueda, bajo tintes irónicos, se encuentra presente y, a pesar de ser triste en muchos casos, es divertida también y, sobre todo, brinda esperanza.
Para dar un ejemplo, no hay nada mejor que la experiencia. La primera vez que leí algo proveniente del autor fue el cuento de “La pequeña vendedora de cerillas”; y el recuerdo más vivido de aquel momento son las lágrimas que derramé al ver a aquella niña parada frente mío (todo esto en mi imaginación, claro), en el crudo invierno, tratando de calentarse con tan solo un cerillo y después morir, delirante. A diferencia de mi mala narrativa, Andersen redacta un momento de agonía con sutileza y dulzura, pues realmente no hay más a su alrededor. Hablamos de una narración cruda, pero bella y con un mensaje interesante en su interior que cada lector debe descubrir, el mensaje puede variar, pero siempre se encuentra ahí.
Andersen tiene una forma de enseñar su mundo, lo que él vivió y cómo se sintió y lo hace genialmente. La pobreza, el hambre, el frío, el anhelo son algunos de los elementos más utilizados dentro de sus narraciones, acompañados de un asido sentido del humor con el que el autor se caracteriza. Los cuentos de Andersen casi siempre tienen un final triste, suele dejar al lector pensando en lo que acaba de leer, tal vez deba culparlo a él cuando me descubro buscando relatos con esta misma melancolía dentro de futuras lecturas. El autor se plasma en sus cuentos y, aunque no siempre es tan obvio (como en el caso de “El patito feo”), es imposible no notarlo una vez que se le conoce. Los cuentos de Andersen siempre me hacen pensar justamente en la melancolía, pues en su mundo de letras no hay Andersen sin melancolía y no hay melancolía sin Andersen.