[Texto resultado del Taller de Narrativa para Principiantes: febrero 2022]
Mi papá se marchó y nunca volvió. Recuerdo que mamá lloraba mientras creía que yo estaba dormido. Aún puedo sentir la nostalgia de aquel día: las palabras y los abrazos parecían no ser suficientes para demostrar el amor y el gran vacío que dejaban los bellunmitas. La gente solía llamarles así a los hombres que fueron enviados a la guerra. Con el paso del tiempo, en el pueblo la mayoría éramos niños, nuestras mamás, los abuelos y muy pocos hombres que lograron regresar a salvo.
Cierro los ojos y casi puedo respirar ese aire pesado, cargado de nostalgia; también viene a mi mente la imagen de las calles estrechas y empedradas llenas de nubes merodeando entre los callejones, parecía que el misterio se adueñaba del pueblo… Todas las personas habían perdido a alguien: mi mami Toña había perdido a su esposo y yo a mi padre; mis amigos, a su papá; doña Loló, a su hijo; doña Santa, a su esposo; y así, la lista era interminable.
Mirar las estrellas en la noche se había convertido en mi pasatiempo favorito. Eso me ayudaba a no sentirme tan triste; además, me gustaba perseguir luciérnagas: era como si las estrellas bajaran, era algo hermoso. Durante el día, recuerdo que jugaba a tomar fotografías con mi cámara imaginaria, fotografiaba todo aquello que llamaba mi atención.
Cierto día, empecé a curiosear por las ventanas de las casas cerca de la colina. La casa de Loló fue la que me cautivó; su casa era pequeña y de piedra. Pude percibir un olor a café de olla con canela que me hizo recordar cuando papá, con taza en mano, observaba desde la ventana. Sentí como si pudiera ver a papá desde el otro lado de la ventana, ahora mirándolo de frente.
Loló, tras los eventos desafortunados, se refugió en casa. Con el pasar del tiempo, ensimismada, dejó de salir. Recuerdo que su tez era muy blanca y cada vez más pálida… la soledad parecía su mejor compañera. A veces salía a comprar comida, pero cada vez se veía más débil; eso preocupó a mi mami Toña y se organizó con algunos pueblerinos para ayudarle con la comida.
Yo era el encargado de llevar la comida. Todos los días cargaba en un canasto pan recién horneado, manjar y en una vasija de inventos que mi mamá hizo con los pocos ingredientes que tenía. Decían que eran tiempos de hambruna. De cualquier manera, el olor que salía de esa canasta era exquisito.
La primera vez que fui toqué a la puerta una y otra vez, pero no salía. Finalmente, escuché a lo lejos su voz y me dijo que ahí dejara la canasta; me pareció extraño, pero le hice caso. Debo confesar que fui rápidamente a la ventana para ver qué estaba haciendo Loló. Con el paso de los días me di cuenta de que la señora encontró en aquellas cuatro paredes un consuelo.
Los niños del pueblo le llamaban La loca de la calle Seis. Su casa se había convertido en un espacio amplio para su imaginación; todos los días a través de sus manos construía sueños, construía vida, cada tejido daba vida a una imagen. Y es que Loló se sentaba desde la mañana a tejer. Tejer era como respirar: se le daba de forma natural. Parecía que tejer le daba paz. La luz de plata nocturna, las estrellas y yo éramos testigo de sus creaciones con hilo rojo. Pasaba tantas horas tejiendo que sus dedos parecían entumecidos y marcaban la pauta de que el día había terminado.
Una noche me quedé hasta tarde viéndola tejer. Era cerca de media noche cuando de repente vi que algo se elevab… la creación de Loló parecía tener vida, flotaba como una burbuja en el aire. No podía creer lo que estaba viendo, di un salto para atrás y en ese momento escuché el grito de mi mami Toña: “¡Tinooooooo! Hijo, regresa, ¡ya es muy tarde!”. Enseguida, contesté enérgico: “¡Ya voy mamáááááá!”.
Mientras regresaba a casa un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, me apresuré a llegar. Al día siguiente, no dudé en platicar a los niños del pueblo lo que había visto, ellos dijeron que ya estaba loco igual que Loló. Yo sólo pensaba si lo visto era pura imaginación, me sentí confundido y muy curioso al no saber distinguir si lo que viví era producto de mi imaginación o realmente había ocurrido.
Ese día los niños me acompañaron a dejar la comida. Corrimos a su ventana, pero no vieron nada interesante… pasó poco tiempo para que se marcharan. En cambio, a mí me hipnotizaba verla tejer; lo hacía con tal delicadeza como un alfarero forma una pieza. A partir de ese día, me propuse ir todas las noches. Me quedaba hasta tarde, pero no conseguí ver lo que había visto hace un par de semanas.
Al pasar de los días mami Toña se mostraba preocupada por mis salidas nocturnas. La verdad le inventaba historias para justificar la hora en que estaba llegando a casa. La gente decía muchas cosas de mí, que Loló me había hecho cosas que incluían la magia negra, blanca y hasta la gris (a mi parecer palabras sin sentido). Lástima que mamá no pensara lo mismo, ella creía en todo lo que la gente decía.
Un día me dio un té sabor guácala, todo por recomendación de doña Petra y doña Santa; pero ni el té, ni mamá me iban a detener. Recuerdo que decidí salir en una noche muy fría. Me salí por la ventana y fui directo a casa de Loló. Cuando llegué me di cuenta de que la ventana estaba abierta y no pude contener mi curiosidad… sin que Loló se diera cuenta me metí a su casa, me acomodé detrás de un sillón y la contemplé. Yo sólo quería respuestas.
Pasaron unos minutos y Loló comenzó a cantar, su voz era dulce, cantaba algo así:
El vaivén del viento
la sombra se esfuma
la luna gira lento
mientras duerme oculta.
Vuela tierna criatura
las estrellas son tu guía
vuela luna, vuela estrella
vuela vida mía.
Y entonces vi lo que anhelaba desde hace semanas: la figura roja parecía tener vida. Era una mujer de hilo: su silueta estaba perfectamente confeccionada; tenía manos, brazos, piernas… su cara parecía angelical y tenía una hermosa y larga cabellera. Irradiaba su propia luz, una luz que comenzó a tomar fuerza y se volvía cada vez más intensa. Por el contrario, el canto se escuchaba cada vez más bajito.
No podía creer lo que estaba viendo. La creación se elevaba y, finalmente, salió por la ventana. Corrí y la seguí con la mirada. Vi cómo volaba y se veía cada vez más pequeña… se convirtió en una especie de estrella fugaz, una como las que tantas veces había visto en el cielo. Definitivamente hubo magia en aquella habitación.
Estaba tan ocupado tratando de no perder detalle que olvidé que estaba en casa de Loló. Cuando recapacité volteé rápidamente y vi el cuerpo de Loló: yacía en el regazo de su mecedora; curiosamente, una sonrisa se dibujaba en su rostro. Me sentí muy asustado, me acerqué lentamente y toqué su hombro Le llamé dos, tres, cuatro veces y no despertaba. No comprendía lo que había pasado… ella había muerto. Sinceramente, ni con el paso del tiempo he logrado comprender lo ocurrido en esa noche.
Los recuerdos son fracciones de tiempo acumulados en la memoria. Hoy, después de varios años, vine de visita al pueblo. No dudé en ir a casa de Loló. desde la ventana pude ver que el polvo cubrió sus objetos preciados; observé su mecedora, estaba llena de hilos de seda tejidos por las arañas. Regresé a casa pensativo. Cuando llegué sentí que mi corazón se paralizó: vi que mami Toña estaba tejiendo y parecía que el hilo rojo era su favorito.
Jaszel Utrera Ortega. Nació en la Ciudad de México, pero ha pasado la mayor parte de su vida en Veracruz. Tiene una Licenciatura en Pedagogía y una Especialización en Promoción de la Lectura, por la Universidad Veracruzana. Ha participado en la página de Poesía sin límite en Facebook, compartiendo lectura en voz alta.