Cuento | Fotos en blanco y negro, por Begoña Gallego

Me sorprendo mirando viejas fotos en blanco y negro. A pesar de las rasgaduras, de las difuminadas imágenes, a pesar del tiempo pasado, tu sonrisa sigue ahí, con ese destello casi imperceptible que iluminaba cada estancia en la que estabas; tu mirada sigue ahí, observándome, regalándome esa candidez que tanto necesito; tu imagen sigue ahí, pero tu cuerpo ya no está a mi lado para arropar mis mañanas, para deshaciar la soledad.

Dejó la caja llena de fotos viejas sobre la mesa del salón. Me levantó para robarle una cerveza fresquita a la nevera. Lo sé, en mi situación lo mejor no es intentar ahogar las penas en alcohol, ellas siempre han sabido nadar demasiado bien y siempre acaban saliendo a flote con más fuerza. Pero hoy no importa, igual que no importaba ayer, ni lo hará mañana. Tan sólo necesito adormecer mis sentidos mientras me torturo una y otra vez con la imagen difuminada de tu cuerpo que un día fue mío por completo, tan mío como tu ser, como tu alma, como tu cándida mirada, como tu luminosa sonrisa, como tus dulces besos y tus sagradas caricias.

Vuelvo a sentarme en el sillón. Con la cerveza en mi mano, miro la caja llena de fotos intentando evitar la necesidad de perderme entre ellas. Es una obsesión que me consume día a día, segundo a segundo, porque tan sólo así podré volver a tenerte, tan sólo así volverás a estar conmigo para siempre.

Observo la cerveza, su líquido apenas llena un tercio de la botella. Un poco más y esta vez habré resistido toda una consumición sin acariciar las fotos. Frías caricias a un mundo irreal, frías caricias que ya no estremecen tu cuerpo ni son correspondidas. Un último sorbo para acabar la tercera botella de la noche. Me inclino sobre la mesa y recojo la caja para posarla en mi regazo haciendo reales esfuerzos para evitar someterme de nuevo a esa tortura. El frío atenaza mi cuerpo a pesar de las llamas que bailan en la chimenea desde hace tiempo.

Me levanto de nuevo a por otra cerveza sin darme cuenta de que estabas en mi regazo. Caes al suelo una y otra vez esparcido por la alfombra mirándome sin rencor por no haber estado allí en los últimos momentos.Ni siquiera tengo el valor de recogerte. La caja, nuestras fotos y un anillo, el que jamás te quitaste y yo no quise que te llevases contigo, vagaban a sus anchas por el suelo mientras yo seguía con mi labor en mente: abrir otra cerveza para adormecer mis sentidos y malgastar otra noche de mi vida recordando, llorando, lamentándome sin apenas sentir que tú no estás.

Tropiezo y acabo cayendo al lado de las imágenes de un pasado que deshojamos juntos. Me acurruco como una niña dejando que las lágrimas corran libres por mis mejillas mientras mis manos acarician una y otra vez esas fotos desgastadas por el tiempo, lo único que me queda de ti, lo único que de ti tengo.Ya no me acuerdo de la cerveza que está derramada en suelo. Tampoco del frío que atenazaba mi cuerpo. Tan sólo lloro, porque es en ese momento, allí, tirada en el suelo acariciando los recuerdos, cuando soy consciente de la triste realidad, nada te devolverá a mí, nada borrará estos sentimientos, siempre te añoraré, siempre te querré, pero jamás podré volver a tenerte.

Tras unos segundos vaciando mi desesperación tumbada en el suelo al lado de esos instantes robados a la eternidad, borré las lágrimas de mi cara con las palmas de mis manos. Me incorporé lentamente y con decisión recogí todas las fotos. Las metí en la caja guardándola en lo más profundo del armario.

Me puse el abrigo y salí a caminar con el anillo en el bolsillo de mi pantalón. Esa noche estaba nevando y el frío hacía que nadie estuviese en la calle. Pero yo necesitaba pasear, dirigir mis pasos hacia allí. Nunca había ido a verte desde entonces pero esa noche necesitaba hablar contigo, pasarla a tu lado a pesar del clima, de las lágrimas y de la falta de aliento.

Las huellas desaparecían tan rápido como yo las marcaba con mí caminar. Cada vez era más complicado abrirse camino entre la nieve, pero tenía que hacerlo, tenía que verte, devolverte tu anillo, estar a tu lado a pesar de no haber podido cruzar contigo una última mirada. Llegué por fin a tu lápida, seguías allí después de tantos años, a pesar de que nunca te había cuidado desde entonces. Me abracé a aquella piedra y empecé a llorar de nuevo desconsoladamente. Todo carecía de sentido si no te tenía a mi lado. Saqué el anillo del bolsillo y lo enterré ligeramente en el suelo. Era tuyo, el compromiso de nuestro que nunca se había roto. Y volví a abrazarme a la lápida compartiendo contigo cada segundo de esa noche, hasta que mis ojos comenzaron a cerrarse y el hielo adormeció mis sentidos para siempre, mientras me abandoné a tu compañía eterna, mientras veía enmarcada en las nubes la luminosidad de tu sonrisa y la candidez de tu mirada arropándome por siempre.


Begoña Gallego es licenciada en Economía. Fue finalista del concurso Relatos breves de la Revista You, ganadora en su categoría del concurso de Poesía por la Paz de la Asociación de Vecinos Alfonso Camín de Gijón (1990). Ha publicado micorrelatos en los libros de los certámenes de micro relato Ciutat d’Elx y Comarca Joven (edición digital). Autora de la trilogía Cazadores con alma, Segunda Oportunidad y Guiños a la realidad.

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