[Leído en el I Congreso Internacional de Literatura Mexicana. Siglos XIX y XX, 20/VI/2018]
José Emilio Pacheco, poseedor de una prolífica pluma gracias a la cual los lectores disfrutamos de una variedad de géneros: narrativa, ensayo, poesía, traducción, guión cinematográfico, crítica literaria y otro, que es acerca de lo que hablo en este texto, me refiero a “Inventario”. Estamos, pues, ante un auténtico polígrafo, de ahí que se le considere el heredero intelectual de otro grande de las letras mexicanas: don Alfonso Reyes.
Pacheco es un escritor sumamente conocido y reconocido. Lo primero tal vez muy a su pesar, pues fue partidario de la literatura colectiva, sin firma; recordemos el poema “Carta a George B. Moore en defensa del anonimato” (1982), mismo que fue su manera de no responder a una entrevista solicitada por George B. Moore, en ese entonces joven poeta y traductor. Dice en un fragmento muy significativo del poema:
Escribo y eso es todo. Escribo: doy la mitad del poema.
Poesía no es signos negros en la página blanca.
Llamo poesía a ese lugar del encuentro
con la experiencia ajena. El lector, la lectora
harán o no el poema que tan sólo he esbozado. (Pacheco, 2014: 302)
Lo anterior no es exclusivo de su poesía, muy bien podría decirse también de las páginas periodísticas de Pacheco, ya que este poema no será el único texto en el que José Emilio exprese su postura respecto al nombre del autor como vehículo hacia la fama; en su discurso de ingreso a El Colegio Nacional, por ejemplo, escribió: “La literatura es la más solitaria y la más colectiva de las artes. Todo lo escribimos entre todos”. Sin embargo, la renuencia de Pacheco a firmar sus escritos resulta un obstáculo para el estudioso de su obra; igual o más grande aún que la reescritura.
Digo que también es un escritor reconocido porque recibió varios galardones a lo largo de su trayectoria; amén del reconocimiento institucional y del gremio literario, creo que es igual de importante el hecho de que sean los lectores quienes se sumen a este reconocimiento del autor; muchos son los que se iniciaron en la lectura después de un encuentro con la escritura de Pacheco. Es un escritor que uno siente tan cercano que lo llama únicamente por su nombre de pila: José Emilio.
No obstante, resulta paradójico que un escritor que siempre se negó al renombre, goce hoy de fama y popularidad entre lectores de todas las edades, mismos que han llegado a él siguiendo alguno de los diversos caminos de su poligrafía. Es autor de una obra inmensa, abarcadora no sólo de casi todos los géneros sino también de temas.
Revisando los libros de historia de la literatura, vemos que desde la adolescencia está inserto dentro del ámbito cultural: colaboró y formó parte de los comités editoriales de revistas. Como bien señala Álvaro Ruiz Abreu: “La historia literaria de José Emilio Pacheco comienza en las páginas de los suplementos y las revistas de los años cincuenta, pero toma cuerpo y se consolida en La Cultura en México de Fernando Benítez, su guía, amigo y maestro” (Ruiz Abreu: 251). Justamente son esas primeras colaboraciones las que aparecen sin firma, pero en los años sucesivos deja el anonimato para firmar con el monograma JEP.
Según consta en el Diccionario de literatura mexicana: Siglo XX, de Armando Pereira et. al., el nombre José Emilio Pacheco apareció en la escena literaria por primera vez en las páginas de la revista Estaciones, del poeta Elías Nandino. Primero en el número 6, correspondiente al verano de 1957, donde el autor figuraba como coordinador del suplemento “Ramas Nuevas”; a partir del número 8 (invierno de 1957), se sumó Carlos Monsiváis a la coordinación del suplemento, mismo que estaba destinado a la promoción de los escritores jóvenes. Los dos últimos años en los que se publicó la revista, 1959 y 1960 —del número 13 al 20—, la figura del director cambió por un Comité de Redacción, en el que vuelve a aparecer el nombre de Pacheco, junto con Sergio Pitol, Elena Poniatowska, Gustavo Sainz y Juan Vicente Melo, entre otros.
Estaciones fue una revista muy importante en la carrera de José Emilio Pacheco pues fue ahí donde comenzó el trabajo al que se abocaría durante toda su vida: la escritura, la escritura delante y detrás de cámaras, es decir, como miembro de comités editoriales, coordinador de suplementos culturales y también como creador. “Ahí [en Estaciones] se iniciaron dos ‘constantes’ de mi vida: el trabajo de redacción, la escritura de notas y reseñas.” (Pacheco, 1966: 247), reconoce el propio José Emilio.
La revista, que vio la luz en 1956, representó una bocanada de aire fresco para la cultura nacional, ya que “dedica importantes espacios al ensayo literario, la poesía, el cuento, la crítica y, en ocasiones, al teatro”. Como se ve, Pacheco figura en la escena literaria desde 1957, o sea, desde los tempranos 18 años; visto así, puede decirse que de su generación es un escritor precoz, lo cual no es sinónimo de prematuro. Él y Carlos Monsiváis (1938-2010) son una pareja sui generis. Ambos escritores utilizaron el espacio ofrecido por la revista Estaciones, porque “Se trataba de reunir, sin distinciones, a los escritores mexicanos. El único requisito para publicar (o no) sería la calidad de los textos. Los directores de esta revista deseaban también apoyar a aquellos jóvenes que se iniciaban y mostraban interés por la literatura.” También colaboraron en “La Cultura en México”, suplemento cultural de Siempre!, bajo la dirección de Fernando Benítez, donde Pacheco asume el puesto de Jefe de Redacción que dejara Gastón García Cantú en 1962; este cargo lo ocuparía Carlos Monsiváis en 1967.
Para José Emilio, “Ramas Nuevas” fue el comienzo de su carrera periodística, a lo largo de la cual mantuvo las columnas “Simpatías y diferencias” (1960-1963) en la Revista de la Universidad de México, “Calendario” (1963-1970) en “La Cultura en México”, “El minutero” (1969) en el suplemento cultural de El Heraldo de México y el ya mítico “Inventario”. Fue esta última columna la que lo llevó a la consagración como periodista, pues la mantuvo desde 1973 hasta prácticamente el día de su muerte. “Inventario” ha trascendido las páginas de las publicaciones periódicas para ser considerada por algunos
críticos como un género. Para el periodista Miguel Ángel Flores, “Inventario” es “la Biblia
del periodismo cultural mexicano”, un “nuevo género literario donde cabía todo y donde todo se conectaba”. El crítico Rafael Vargas dice sobre la columna:
El primer “Inventario” apareció el 5 de agosto de 1973, en la página 16 de Diorama de la Cultura. La palabra que Pacheco escogió como título de su columna responde puntualmente a la definición de la Real Academia de la Lengua: “Asiento de los bienes y demás cosas pertenecientes a una persona o comunidad, hecho con orden y precisión”. Sin mayor preámbulo ni prometiendo nada, dio inicio a una sección que en lo sucesivo hizo que los lectores comenzaran la lectura de aquel suplemento justo por el final (60).
Y el escritor Ignacio Solares cuenta la anécdota del nacimiento de “Inventario” en el Excélsior de Scherer:
¿Cómo llegó José Emilio al Diorama? Recuerdo muy bien una comida con Pacheco —a quien conocía desde mi estancia en Plural— en el restaurante La Mansión. José Emilio era un hombre que, a mi manera de ver, tenía tres cualidades fundamentales: su sabiduría, su gran literatura y muy especialmente su capacidad de amistad. Todavía no aparecía el Diorama dirigido por mí, y el haber logrado que José Emilio aceptara tener esa columna, me abrió todas las otras colaboraciones. Lo que más trabajo me costó fue convencerlo de que firmara “Inventario” aunque fuera con sus iniciales. Decía, lo recuerdo muy bien, que lo bueno en literatura debe ser de todos y no de alguien en particular (60).
Del 5 de agosto de 1973 al 4 de julio de 1976, la columna fue publicada en el suplemento de Excélsior, periódico dirigido por Julio Scherer García; luego, vino “el golpe orquestado
por el presidente Luis Echeverría contra un diario que había logrado convertirse en uno de los diez mejores del mundo” (Villoro: 9), entonces la columna se mudó a la revista Proceso, fundada y dirigida por Scherer. Allí permaneció desde noviembre de 1976 hasta el 26 de enero de 2014.
Con “Inventario” Pacheco transformó la literatura y al propio periodismo, pues el oficio carecía de valor, como lo deja ver una anécdota de Juan Villoro: “En 1976 entré a estudiar la carrera de Sociología en la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa y un profesor nos advirtió: ‘Estudien, muchachos, o van a acabar de periodistas’” (12). El desdén hacia los periodistas es evidente; ser periodista en esa época equivalía a no ser nada, por lo que la aparición de “Inventario” significa un gran acierto para el oficio, pues los lectores esperan ansiosamente la columna. Hay una reivindicación tanto del oficio como del periodista: el lector vuelve la mirada sobre sus opiniones.
Pero ¿qué es “Inventario”? Anteriormente dije que hay críticos que lo catalogan como un género, uno que oscila entre el ensayo y la crítica. Esta es una pregunta realmente difícil de responder por la propia naturaleza ecléctica de “Inventario”, por lo que el crítico Rafael Olea Franco plantea la cuestión así: ¿Qué pueden ser los inventarios? De esta manera, la respuesta también se diversifica y es casi difícil dejar algo fuera; los inventarios son reseñas, ensayos, poemas, cuentos, crítica… La erudición y la inteligencia de José Emilio se dan cita en este espacio que ocupa para reflexionar, cuestionar, exponer sus inquietudes y obsesiones, pero también para realizar ejercicios literarios como el diálogo de ultratumba entre Gabriela Mistral y Alfonso Reyes o la escritura de aforismos y minificciones como los aparecidos bajo el título de “Letras minúsculas”, por ejemplo, “Dime lo que más temes y te diré lo que te espera”; incluso se permite bromas como la del inventario titulado “14 poemas inéditos: en los veinte años de la muerte de Julián Hernández” (23 noviembre 1975, “Diorama de la Cultura”). Julián Hernández es un heterónimo de José Emilio, pero le inventó una biografía:
Hernández nació en Saltillo en 1893, de padre español y madre norteamericana. A los veinte años se incorporó al ejército revolucionario e hizo la campaña de Occidente a las órdenes de Álvaro Obregón. Ascendió a coronel, en la batalla de Trinidad perdió un ojo y el movimiento del brazo izquierdo. Terminó la carrera de abogado y fue cónsul en Londres, cargo que perdió por su incontrolable manía. Su mal carácter le enemistó con los grupos y generaciones literarias. De su arbitrariedad y enemistad queda testimonio en centenares de artículos que no se han compilado. (Pacheco, 2015: 512)
Finalmente, el poeta Julián Hernández muere en la miseria. Para hacer más verosímil al personaje, también le escribe una obra, de la que da todas las señas en este inventario dedicado a su memoria:
Como poeta Julián Hernández publicó tres libros: Por los jardines que el silencio baña (Monterrey, 1919), que recibió elogios de Enrique González Martínez … Luis G. Urbina … y Ramón López Velarde … Antología de los nuevos poetas ingleses (ediciones de la revista México Moderno, 1922) y treinta años después Legítima defensa (Impresora Juan Pablos, 1952, con notas preliminares de Max Aub y Henrique González Casanova). Este libro —si no es una exageración llamar libro a un conjunto de apenas doce poemas— reapareció en 1969 en un volumen colectivo titulado No me preguntes cómo pasa el tiempo, al que hurtamos los datos que aparecen en esta presentación (Pacheco, 2015: 513)
El guiño está en que No me preguntes cómo pasa el tiempo es un poemario de José Emilio, aunque, efectivamente, adjudica los 14 poemas a Julián Hernández y aparece la misma presentación.
Pero esta no es la única vez que juega con los lectores, en el inventario titulado “Cartas sobre la mesa”, del 9 de abril de 1979 escribe:
Estimado señor:
Con todo el respeto que usted me merece, le dirijo la presente como una queja de un grupo de lectores que siempre lo han considerado un intelectual “serio”. En el número 99 de Proceso, usted nos engañó con su artículo titulado “Las voces del silencio”, donde presentaba al escritor Adrián Saravia (entre otros supuestos, premio Xavier Villaurrutia). Tal vez seamos unos de los 200 lectores de poesía y que no se conocen entre sí, pero a raíz de su nota surgieron los siguientes acontecimientos que nos afectaron.
(a) Consultamos el Uno más uno y el Siempre! que usted señala y no encontramos nada.
(b) Recorrimos librerías (desde Círculo de Lectores hasta las distribuidoras de libros españoles), revisamos catálogos (desde Mortiz hasta Barral), con los resultados que ya usted se imagina. En las librerías nos veían feo porque nosotros estábamos seguros de la existencia de los libros que usted menciona …
Ante tal situación, le propongo lo siguiente: que se ocupe de los autores mexicanos que están al margen de la literatura oficial y oficialista … Tenemos a muchos poetas jóvenes (tal vez de 19 años o más) a quien nadie “pela”. ¿Por qué no ocuparse de ellos? Si fuera una broma borgeana me parece sangrienta: se desperdicia papel, nos desconcierta y perdemos la confianza que tenemos en usted esas “200 personas que no se conocen entre sí pero que forman el único público de la poesía en México”. Por cierto creemos que ahora somos más: como 230 personas. En fin, estamos de molestos por su nota, porque es una tomadura de pelo de aquellas para quienes leemos “Inventario” todos los lunes con avidez …
Sergio Monsalvo Castañeda
Ignacio Trejo Fuentes
Arturo Trejo Villafuerte
y otros más que no quieren poner su nombre por timidez (Pacheco, 2015: 443-444).
Efectivamente se trata de una broma borgeana, pues si leemos con atención, nos aremos
cuenta de que el autor de la carta es José Emilio y no los lectores firmantes. Las pruebas: el fondo y el tono del inventario; se supone que es una queja, sin embargo, hay en ella noticia de poetas jóvenes que nadie lee porque tampoco nadie ha comentado su obra.
En “Inventario”, un espacio reducido (dos páginas) y con notas misceláneas unidas por una idea de conjunto, Pacheco comparte su cosmovisión. No obstante el rasgo enciclopédico de la columna no se vuelve un cúmulo de datos, sino que, como señala Rafael Vargas:
Ameno, informado, lleno de humor, capaz de exponer ideas densas en tres o cuatro líneas, con una sencillez y claridad que sólo es posible alcanzar mediante la más estricta economía verbal, Pacheco sustituyó con su “Inventario” las aburridas carteleras de libros que languidecían desde principios de los años sesenta, y transformó radicalmente nuestra idea de la reseña bibliográfica y del comentario cultural (60).
Así pues, “Inventario” no es simplemente una columna más de las publicaciones periódicas del país, sino lo que anuncia su nombre: un “Asiento de los bienes y demás cosas pertenecientes a una persona o comunidad, hecho con orden y precisión.” En estas páginas José Emilio nos entregó “una visión enciclopédica de la cultura del siglo XX y, en especial, del proceso cultural de México.”
Bibliohemerografía
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Domenella, Ana Rosa. “Crítica en Proceso: José Emilio Pacheco lee a escritoras”. Pasión por la palabra. México: UNAM/UAM, 2013. 279-291.
Karam Cárdenas, Tanius. “‘Inventario’ sobre José Emilio Pacheco. Creación y periodismo cultural”. Pasión por la palabra. México: UNAM/UAM, 2013. 293-307.
Pacheco, José Emilio. “José Emilio Pacheco (II-XI-65)”. Los narradores ante el público. Joaquín Mortiz, 1966. 243-263.
__________ “Carta a George B. Moore en defensa del anonimato”. Tarde o temprano. Poemas 1958-2009. FCE, 2014. 302-304.
__________ Inventario de José Emilio Pacheco. El Colegio de México, 2015.
Quirarte, Vicente. “Inventario de José Emilio Pacheco”. La Jornada. 29 agosto, 1999. Web. 12 jun. 2018. http://www.jornada.unam.mx/1999/08/29/sem-quirarte.html
Ramírez, Carlos. “JEP: cerrado por inventario”. Siempre! 24 abril 2017. Web. 12 jun. 2018.
http://www.siempre.mx/2017/04/jep-cerrado-por-inventario/
Ruiz Abreu, Álvaro. “Pacheco, de la crónica de la poesía”. Pasión por la palabra. México: UNAM/UAM, 2013. 251-278.
Solares, Ignacio. “Todo empezó en aquel ‘Excélsior’”. Proceso.
Villoro, Juan. La vida que se escribe. El periodismo cultural de José Emilio Pacheco. El
Colegio Nacional, 2017.
Nancy Hernández García (Cuautla, Mor., 1990). Maestra en Letras Mexicanas, interesada en la literatura mexicana del siglo XX; escribe la columna “hojasueltas” de la revista digital Amarcafé y lee poesía en sus ratos libres. Ganó el Premio Bitácora de Vuelos 2018 en la categoría de Ensayo con el libro Palabra e imagen en Morirás lejos: Un acercamiento a José Emilio Pacheco, mismo que se acaba de publicar.