- Banda: Dead Can Dance.
- Fecha de lanzamiento: 2 de noviembre de 2018.
- Género(s): World music, worldbeat, neoclassical dark wave, pagan rock.
- Sello discográfico: PIAS Recordings.
- Duración: 36:06 min.
El tiempo sigue pasando, el mundo continúa todos sus movimientos y a nosotros, en teoría, solo nos queda seguir esperando a que todo pase para volver a nuestra “normalidad”. Continuando con estos tiempos de resguardo e introspección en donde el mundo interno es, tal vez, el que más se manifiesta, imitando al mismo Pitágoras, pensé en la música y sus propiedades curativas. La reseña de este mes no podía ser de cualquier álbum. Tenía que ser algo de fácil retador al igual que de fácil acceso; música directa, mas no recta, algo que trascienda más allá de mover la cabeza al compás. Fue en este momento que llegó a mi cabeza uno de mis grupos favoritos, Dead Can Dance.
Formados en Melbourne, Australia en 1981 como un cuarteto, Dead Can Dance fue de las formaciones que nutrió al movimiento post-punk y goth en sus inicios junto a bandas como Cockteau Twins, Eyeless in Gaza, Siouxsie and the Banshees, entre muchos otros. No pasó mucho tiempo antes de que el grupo se convirtiese en un dúo liderado por la australiana Lisa Gerrard y el británico Brendan Perry. El grupo, bajo su dirección, se iría despegando de sus raíces disco a disco, dirigiéndose hacia una dirección mucho más experimental, influenciados por la música tradicional de muchos países y épocas, dando como resultado un estilo ecléctico e impresionante. Desde tambores africanos hasta música medieval y renacentista, Dead Can Dance ha logrado una fusión única, es por esto que los escogí.
En 2018, seis años después de haber lanzado su disco titulado Anastasis, la agrupación se volvió a integrar para entregarle este regalo al mundo. Podría parecer un poco exagerada esta afirmación, pero solo así puedo definir este álbum. Como lo dice el título, Dionysus habla sobre el mito de este dios griego, patrón de la agricultura y el teatro, basándose en los oratorios del siglo XIX y XX. Dividido en dos actos, siete canciones en total, el noveno álbum de la agrupación británico-australiana resulta ser su trabajo más conceptual hasta la fecha.
El primer capítulo abre con “Sea Borne”, el cual narra, con la ayuda de brillantes coros, instrumentación egipcia, como la zurna y una hipnótica percusión, la llegada de Dionisio a la tierra, mediante la tormenta. Cabe destacar que todas las voces oídas en este primer fragmento son hechas por la grandiosa voz de Lisa Gerrard. Sin embargo, tengo que señalar una ruptura importante: este disco, contrario con el trabajo previo de Dead Can Dance, es casi instrumental. Pocas son las canciones que tienen voces que predominen sobre la música y, cuando lo hacen, como en las canciones del segundo acto “The Mountain” y “Psychopomp”, son con el lenguaje particular y característico de esta banda: Idioglossia o, como Gerrard lo define, “lenguaje del corazón”; una lengua inexistente, inventada por ella.
Llegamos a una de las canciones clave y centrales del álbum, la última parte del primer capítulo, “Dance of the Bacchantes”, una danza feroz, con un ritmo que invita al trance y al júbilo. Es en esta pieza donde se pueden escuchar influencias de cuerdas balcánicas al igual que, inesperadamente, música latinoamericana. De hecho, es en esta canción que hay un diálogo directo entre los coros de las bacantes con llamados de aves brasileños y mexicanos. Con esta magnífica y desenfrenada apoteosis, al puro estilo dionisiaco, el acto primero llega a su fin.
“The Mountain” abre la segunda mitad de este ritual, una mitad que sirve como antítesis para la primera parte, pues, mientras el primer capítulo era festivo, este tiene un tono y sentimiento mucho más obscuros. Las voces de Gerrard y Perry cantan al unísono, de nuevo en una lengua inexistente, sobre el lugar de nacimiento de Dionisio, el Monte Nisa, donde creció bajo la protección de las ninfas, reflejadas en esta canción por el coro femenino.
Desde este punto tengo que hacer una sincera aseveración: aquí se encuentra uno de los pocos puntos débiles del álbum. La razón es simple y, tal vez, algo caprichosa: el canto de Lisa Gerrard no es el principal foco de atención esta vez. De hecho, la grave y profunda voz de Brendan Perry parece que, en esta ocasión, tiene más los reflectores. Si bien no es algo malo per se, es cierto que se extraña bastante esas notas únicas que la cantante australiana nos ha otorgado en anteriores trabajos.
El viaje continúa con dos canciones hermanas: “The Invocation”, la cual representa explícitamente un coro para invocar al dios griego para que participe y ayude a los humanos en las cosechas y “The Forest”, otro punto medular del disco, la cual, más allá de una ceremonia, funge como una invitación a dejar el mundo material, ayudado por instrumentación del oriente medio. Esta pieza concluye en un glorioso trance inducido por los instrumentos de cuerda y la voz de Perry que, más que cantar, parecería que estuviese siendo nuestro guía. Y, coincidentemente, después de una suave transición, nos adentramos a la última canción del disco, titulada “Psychopomp”. Con unos arreglos mucho más minimalistas, en donde apenas se puede reconocer percusión y lo que quizá sea un silbato, las voces de del dúo son el principal instrumento en esta conclusión del viaje, el cual termina con Dionisio llevándonos hacia el más allá.
“Dionysus” es un álbum universal en el significado más amplio de la palabra, tomando influencias de todos tiempos y lugares, eso sí, de manera respetuosa, pues no es un ejercicio gratuito y fútil de esnobismo. Al contrario, es una fiesta de reconocimiento y gratitud, no solo de todas las culturas y sonidos que componen este trabajo, sino de la humanidad en sí, individual y colectivamente, y todas sus conexiones; desde instrumentos hasta máscaras como la que se aprecia en la portada del disco, hecha por huicholes.
Creo que es sorprendente observar cómo tantas tradiciones pueden converger para enriquecer una sola celebración. Es por esto que escogí reseñar este disco, pues siento que, en tiempos nublados como estos, se necesita una experiencia transcendental para poder adaptarse mejor y para celebrar lo que todavía conservamos como humanos.
Este álbum se puede escuchar gratuitamente en YouTube en el canal de Dead Can Dance, en cualquier plataforma de música en streaming y físicamente.
Enrique García Moreno (Ciudad de México, 1998). Estudiante de Lengua y Literaturas Modernas Portuguesas (simón, existe) y de Actuación. Melómano de profesión y cinéfilo de oficio. Escribe poesía vermelha y prosa. Ha participado en varios concursos de relato como el Juan Rulfo o el Luis Arturo Ramos de la Universidad Veracruzana.
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