Cuento | Espacio, por Rodrigo Revilla Calle

Tinta china
28 x 21 cm

Me obligaron a ir. De todas formas no había estado allá arriba mucho tiempo y me agradaba la sensación. Me sentía dueña del mundo y de la luz al fondo. Después veía un panorama infinito de puntos blancos titilantes. Estiraba la mano y pensaba cómo podía hacer para salir de aquí y adentrarme en la oscuridad.

El traje es pesado. La primera vez que me lo puse, me pregunté qué pasaría si me empezaba a picar la cabeza. Me hacía más portentosa, pero la superficie acolchonada me gustaba. Por dentro era una sensación entre frío y calor. La temperatura no lograba establecerse. Arriba únicamente éramos dos sujetos, vestidos de blanco, con cascos trasparentes y una radio que nos comunicaba con el transbordador y la estación, así como con los que estaban abajo, oyendo y viendo lo que hacíamos. El planeta brillaba, era la única luz. Estábamos sobre Sudamérica. Sobre el océano apenas pasaban las nubes.

Mi compañero, Bellamy, me saludaba. Estaba acomodando los tornillos y programando el sistema, solo entonces estaríamos listos para regresar a la nave. En cinco minutos estaríamos en la cámara y podríamos quitarnos los cascos. Algo había pasado con el satélite, pero él era el ingeniero y yo manejaba los tiempos. Además, la vista era hermosa. Lo más increíble era el silencio. No podía describirlo: no era la interrupción del sonido, ni tampoco como bajar el volumen a una canción. Simplemente era la nada. Un vacío. A veces resultaba siniestro.

Entonces a Bellamy se le escapó un destornillador. Le comuniqué que iría a recogerlo. Acto seguido, tomé impulso y fui por el objeto. Me era difícil mover mucho los brazos. Logré tomar la herramienta y cerré la mano formando un puño.

De pronto, me di cuenta que estaba sola.

Bellamy ya no estaba. Ambos nos encontrábamos conectados a la plataforma mientras mi compañero hacía las reparaciones. No había necesidad de usar la unidad de maniobra, estábamos a salvo. El trabajo iba a durar nada más una hora y luego regresábamos al transbordador porque únicamente teníamos oxígeno para dos horas. Tengo que admitir que me asusté, nunca había estado sola en el espacio. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda y una presión inusual en el corazón.

Todo lo que vi fue su casco, su maldito casco que daba vueltas, y ni rastro de Bellamy. Hice una llamada de emergencia al centro de mando, pero la comunicación se entrecortaba y, en mitad del auxilio, perdí la señal. Solo escuchaba estática. El sol estiró un brazo iridiscente. Regresé al transbordador y pude hablar con las personas encargadas, reportando la desaparición de mi compañero. Luego salí de nuevo para dar una ronda… nada; no obstante, visualicé algo.

Ya estaba intentando contenerme, no llegar al punto de una desesperación en la que se concentra la falta de aire o el terror de los latidos acelerándose; sin embargo, abrí el canal de comunicación hasta la central y notifiqué la señal de peligro. Sea lo que fuese que vi, estaba a unos metros, cada vez menos. Quería gritar, pero el silencio del espacio era más grande. No sé si sucumbía a un infarto, simplemente me quedé sin mover un músculo. Una voz me respondía desde la central. La comunicación se cortó y, luego, estática.


Texto: Rodrigo Revilla Calle (Lima, Perú. 1994). Egresado de la carrera de Literatura Hispánica en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha publicado los cuentos “El visitante del dormitorio”, “Accidente en el kilómetro 83” y “El robo del coche rosado” en revistas literarias digitales. Le gustan los cómics y colecciona figuras de acción.


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Ilustración: Omar Felipe Martínez. Estudió la carrera de diseño y comunicación visual, apuntando a la creación de ilustraciones, dibujando, traduciendo y creando mundos y personajes. Apasionado por ilustrar, experimentando y logrando acabados diferentes en cada ilustración. Instagram: Omr_ilustración Facebook: Omrilustración

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